En el recuerdo de los años 90


TRIBUNA

- Don Rafael de Vega Barrera -

Artículo publicado en El Progreso de Lugo el día cuatro de febrero de 1997. Escribe Don Eloy García López, Catedrático de Derecho Constitucional por la Universidad Complutense de Madrid.

Todos los hombres esconden en su interior una losa oculta, todas las sociedades encierran en las profundidades de su memoria colectiva alguna vergüenza inconfesable y en Lugo, esa losa oculta, esa vergüenza inconfesable, se llama don Rafael de Vega Barrera. Durante sesenta años una espesa niebla de remordimiento y miedo, ha cubierto el recuerdo de una aciaga tarde de octubre de 1936 en la que don Rafael de Vega Barrera -encabezando un grupo de cinco inocentes- fue conducido por la calles de Lugo hacia el piquete de una ejecución. Por eso, cuando hace unos días, la televisión local decidió romper el velo de silencio que encubría la verdad permitiendo que su hijo evocara públicamente las circunstancias de la tragedia, he sentido el deber de poner mi pluma al servicio de honrar a un hombre bueno que no cometió más crimen que el de consagrar su existencia a la causa de la humanidad.

Don Rafael era un ser excepcional, un hombre justo, un caballero pletórico de generosidad, rebosante de amor hacia sus semejantes. Un cirujano dotado de unas manos de prodigio. Compasivo, desprendido hacia lo indecible -¡cuántas gentes sin recursos no saldrían de su consulta reparados en su mal y aliviados de su pobreza!- Persona de maneras exquisitas y de inigualable trato. Médico de almas a más de sanador de cuerpos. Don Rafael era un dechado de virtudes, y todas esas virtudes, a don Rafael, le costaron la vida.

Don Rafael era un firme partidario del progreso del género humano. En una época oscura en la que la enfermedad se cebaba en cuerpos atormentados por el hambre y la miseria, don Rafael como médico comprometido con su profesión, abrazó decididamente una causa de la República en la que veía la gran oportunidad para dejar atrás el retraso secular. A él se debió la construcción del nuevo hospital de Santa María. El sufragó las primeras casas salubres y modernas de Lugo. El mismo, en una tarde de ilusión y esperanza desde el balcón del Ayuntamiento, proclamó la República en Lugo. El mismo, ostentó la representación de Lugo en las Cortes de la República bajo los colores de su gran amigo, Diego Martínez Barrios. Pero más allá y como razón última de todo su actuar y pensar, don Rafael era un hombre de progreso, un académico defensor de la humanidad, de la causa de la vida sobre la muerte.

El tiempo no perdona y sesenta años no transcurren nunca en vano. Y a pesar de todo ¿cuantos recuerdos no habrá removido la aparición de su primogénito? Cuántos lucenses no habrán recordado los ojos llorosos de sus madres cuando a la pregunta ¿por qué lloras, mamá? Replicaban temerosas. ¡Es que van a asesinar a Vega! Y sin embargo, don Rafael que tantas veces había vencido a la muerte, fue a su propia muerte con completa serenidad. Enfundado en un abrigo verde, calzado con botas de media caña, don Rafael compareció ante el pelotón sin derramar una lágrima, con la conciencia tranquila de no haber hecho daño a nadie. ¡A mi primero que aún tengo vida!, fueron sus últimas palabras.

El crimen de don Rafael fue de una crueldad monstruosa. Los testigos de cargo del proceso eran colegas que se sentaban a su mesa para celebrar su onomástica. Quien pretendió aparecer como testigo de la defensa fue arrestado y enviado al frente. Las mujeres que encabezaban manifestaciones exigiendo su ejecución, eran cónyuges de aquellos que poco antes se jactaban de su amistad. Para el pelotón de fusilamiento se reclutó obligatoriamente a hombres que le debían la vida. La persona que acompañó a sus hijos a darle el último abrazo quedó marcada y fue perseguida de por vida. El oficial que le dio el tiro de gracia lloraba mientras se le resbalaba la pistola por el cráneo de la víctima. El forense forzado a levantar el acta de defunción era un amigo íntimo. Hubo quien después de su ejecución exigió a gritos que su cabeza fuera paseada en volandas por la ciudad. Todos sus bienes -incluida la completa sociedad de gananciales- fueron incautados por el vencedor. Su familia debió huir a uña de caballo protegida por las tinieblas de la noche y mientras esperaba al tren, sólo un factor de Renfe reunió el coraje suficiente para acercarse y espetar en voz alta y clara a su viuda: ¡Doña Teresa, la acompaño en el sentimiento!

Don Rafael de Vega fue asesinado por ser un hombre bueno, por preocuparse de sus semejantes, por ser sanador de almas antes que médico de cuerpos. Don Rafael fue asesinado por hombres viles que albergaban en su interior los peores sentimientos que es capaz de concebir el ser humano: envidia, resentimiento, odio. Y en don Rafael, además de a la República en Lugo, se quiso asesinar a todo cuanto significaba progreso.

Hay quien puede pensar que ese tiempo es ya pasado. Que los hijos no deben responder por los hechos de los padres. Habrá quien diga que esa agua corrida ya no mueve molino. Pero no, durante mucho tiempo, durante demasiado tiempo se ha ocultado deliberadamente lo ocurrido. Y sin reconocer los hechos, sin desvelar la verdad, no hay reconciliación posible. Es hora ya de que sin ira, sin rencor, sin odio, se haga luz sobre lo que sucedió y Lugo entero sepa, todos los lucenses sepan, que los lobos derramaron impunemente la sangre de un cordero que era puro y no había conocido mal. Es hora de que Lugo rinda a don Rafael y a los suyos, el homenaje que aun hoy le debe.

Lugo no puede cerrar el siglo sin reconciliarse con su pasado. Lugo no puede olvidar la injusticia cometida. Para que las generaciones futuras sepan que la sangre de un inocente no debe ser derramada. Para que la muerte de don Rafael no continúe gravitando sobre la conciencia colectiva, preciso, es necesario, es imprescindible, es un deber de estricta justicia, que Lugo reponga en su honor el nombre de aquel hombre que se llamó don Rafael de Vega Barrera.

Autor del artículo: D. Eloy García López. Catedrático de Derecho Constitucional por la Universidad Complutense de Madrid.

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